Don Fabrizio experimentó sincera emoción, el sapo había sido engullido, la cabeza y los intestinos masticados descendían ya garganta abajo. Sólo quedaban por morder las patas, pero esto era una pequeñez con respecto a lo demás, lo más gordo ya estaba hecho. Saboreado ese sentimiento de liberación, comenzó en él a abrirse camino el afecto por Tancredi, se imaginó sus ojos azules brillando al leer la favorable respuesta. Imaginó, mejor dicho recordó los primeros meses de matrimonio de amor durante los cuales los frenesíes y las acrobacias de los sentidos son esmaltados y sostenidos por todas las jerarquías angélicas benévolas aunque sorprendidas. Todavía más lejos entrevió la vida segura, las posibilidades de desarrollo del talento de Tancredi a quien la falta de dinero le habría cortado las alas.
El Gatopardo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa