Es mucho más que una frase. Es algo que deja una impronta en quienes lo han pasado. Por una simple razón: siempre está uno de servicio. La gente llamaba a la puerta a cualquier hora de la noche o del fin de semana si se les acababa el beicon, el azúcar, la mantequilla o los huevos. Todos sabían que nos ganábamos la vida sirviendo al cliente; no tenía sentido refunfuñar, y nadie lo hacía. Por si esto fuera poco, estaban además los pedidos habituales.
Mi padre o sus empleados -teníamos tres empleados en North Parade y alguien más en Huntingtontower- eran los que solían ir a entregarlos. Pero a veces era mi madre la que lo hacía, y entonces nos llevaba a Muriel y a mí. Gracias a ello, mi hermana y yo conocíamos a un montón de gente de la ciudad.
Margaret Thatcher, El camino hacia el poder
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