OVIDI ENAMORADO
Estábamos tan tranquilos en el bar Bijou, de la villa de Gràcia de Barcelona, y estábamos locamente apretados gracias a que las dimensiones del local exigían de modo imperativo que la puerta de entrada fuera corredera; abrirla hacia adentro, hubiera comportado ocupar demasiado espacio del destinado a la clientela. Sus innumerables botellas científicamente alineadas en diversos planos y su barman de novela buena dejaban espacio suficiente para tres clientes.Y en eso llegó Ovidi. Ovidi Montllor.Venía con alguien más, todos ellos del mundo del teatro. Los presentes nos acomodamos de modo más íntimo, a fin de que Ovidi nos comunicara que venían del teatro Regina de la misma villa, allí al lado, en la calle de Séneca; aquella noche vieron que tenían un espectador –hemos dicho: uno- de modo que le comunicaron, primero, que tenía todo el derecho a contemplar la representación para la que se había desplazado y para la que había pagado entrada. Y segundo, y si era tan amable, le devolvían el dinero, le daban las gracias, le invitaban a una copa y daban por suprimida la función. El solitario ciudadano espectador, de sus derechos como cliente, aceptó lo segundo sin copa; así que Ovidi y los suyos pudieron entrar en el Bijou.-Ya ves, si hubiera venido, a lo mejor no cabíamos.Ovidi hacía y decía cosas como éstas. Unos años antes, en el no menos célebre Mesón de Sant Cugat del Vallès (Vallès Occidental), estábamos aguardando a una representación de la Nova Cançó, y estaba con Ovidi otro cantautor valenciano, a quien unos años después y ya en democracia socialista, le ocupó la original experiencia de tener un hermano ministro. Por aquel entonces aquel cantautor tenía programada una canción cuyo título solía intrigar a los aficionados: “Vint-i-quatre paraules” (24 palabras). “¿Qué quieres decir exactamente con esto?”, aprovechamos para por fin quitarnos el interrogante.-“Home, tu diràs!” (¡Hombre, tú mismo!) –medió Ovidi. Y medió con tal arte de la interpretación, de la insinuación y sin previo aviso ni sospecha supimos no sólo qué significaba “Vint-i-quatre paraules”, sino que pudimos recitar todos juntos y de carrerilla las mismas: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Que habían sido pasadas al mecanógrafo en Burgos el I de abril de 1939, y firmadas por el Generalísimo Franco.Habría que editar en cinta casete y regalar al mundo “No hi ha hagut mai en València dos amants com nosaltres”, de Estellés, i “Aiguamarina, de Sagarra, recitados por Ovidi. Era él.
Ramon Barnils, 19 de març de 1995.
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